Versátil, instintivo y en pleno ascenso, Carlos Scholz encadena proyectos que desafían géneros y consolidan su lugar en la ficción española.
A Carlos Scholz no le interesan las etiquetas. Con una filmografía que serpentea entre el drama, el humor y la historia, el actor malagueño se mueve con la serenidad de quien entiende que lo importante está en la transformación, no en la fórmula.
Su último desafío lo llevó a encarnar a Luis I en ‘La vida breve’, una serie que se atreve a desarmar la solemnidad de los dramas de época y la reconstruye desde el humor, la irreverencia y la mirada actual. Lejos de la caricatura o la parodia, Scholz construyó un personaje lleno de matices, con una sensibilidad sorprendentemente moderna. “No quería que la gente viera una serie de época y no conectara porque le pillaba lejos. Quise acercarlo mucho a mí, hacerlo más humano. Esta serie no va de reyes. Realmente es una serie sobre personas”, dice.


Para lograrlo, se entregó al proceso con rigor casi documental. Visitó museos, estudió el contexto histórico, leyó, observó pinturas, buscó detalles en la forma de hablar y de moverse. Pero lo que más le interesaba era romper la distancia entre el personaje y el espectador. “El guion es buenísimo. Tiene una parte dramática muy importante, pero también unos gags que hacen que te partas de risa. Estaba todo muy bien escrito, y eso te lo pone muy fácil”.
“Esta serie no va de reyes. Realmente es una serie sobre personas”
Carlos Scholz
En el set, la mezcla de perfiles del reparto le dio a la experiencia un aire impredecible y vibrante. Desde actores consagrados como Javier Gutiérrez y Leonor Watling hasta figuras emergentes del mundo del stand-up o el contenido digital, la dinámica era una suerte de laboratorio creativo. “No todo el mundo en el rodaje era actor profesional, pero todos eran graciosos de forma natural. Incluso los que solo decían una frase conseguían hacerte reír”, recuerda.
De ahí pasó a un registro completamente distinto. En el thriller ‘Dos tumbas’, producido por Netflix, da vida a Beltrán, un personaje oscuro, ambiguo, que habita un universo de claroscuros morales. “De día es una cosa, de noche es otra. Toca el piano, pero también se mueve en negocios turbios. Me encanta porque es un personaje muy completo”, explica. Es, además, uno de los roles más exigentes que ha interpretado hasta ahora.
Y si de contrastes se trata, ‘Vírgenes’ completa la trilogía reciente: una comedia luminosa y algo absurda que se sitúa en la Andalucía del boom turístico. Para Carlos, fue un regreso a casa —literal y emocional— que le permitió reencontrarse con un tipo de humor que parecía hecho a su medida. “Me lo he pasado increíble. Grabamos en casa, vino mi padre al rodaje… Ha sido muy divertido”.

Curiosamente, la comedia llegó tarde a su carrera, aunque muchos ya intuían que era territorio fértil para él. “Hasta el año pasado no había hecho comedia. Venía del drama, que me encanta, pero ahora he aprendido muchísimo de grandes cómicos. Todos los géneros tienen su encanto”, reconoce.
Desde su irrupción como Benjamín en ‘Toy Boy’, Scholz ha ido afinando su mirada y su técnica. El tránsito del teatro a la cámara fue progresivo, casi silencioso, pero evidente. Hoy, se permite elegir los papeles que lo desafían, los que lo incomodan o lo obligan a pensar desde lugares nuevos. “Lo que más me motiva es cuando un personaje está bien escrito y es muy distinto a mí. Que tenga capas, que tenga chicha”.
También su relación con la moda ha evolucionado. Aunque suele apostar por el negro y los tonos oscuros —“me hacen sentir seguro”—, no descarta experimentar con nuevos códigos. “Me encantaría probar con transparencias. Estas camisas que dejan ver más piel se están llevando mucho. Aún no me atrevo, pero seguro que un día me lo pongo y pienso: ‘Guau, qué guay’”, dice entre risas. Un detalle que, como todo en él, habla más de actitud que de tendencia.